"La tierra no nos fue heredada por nuestros padres, nos fue prestada por nuestros hijos". Luis Donaldo Colosio Murrieta ... "Antes sacrificarí­a mi existencia que echar una mancha sobre mi vida pública que se pudiera interpretar por ambición". José de San Martí­n (El santo de la espada) 1778-1850 ... "Tres clases hay de ignorancia: no saber lo que debiera saberse, saber mal lo que se sabe, y saber lo que no debiera saberse". Duque de la Rochefoucauld, F. Rochefoucauld (1613-1680); escritor francés
El Tiempo por Tutiempo.net

martes, febrero 28, 2006

Marilyn Granada

“Siempre traté de buscar espacios nuevos y propios”
Girl 3
Marilyn Granada es chaqueña y trabaja con la comunidad wichi, donde formó un grupo de danza, Up Pá, integrado sólo por varones. Allí aprovechó la facilidad que tenían para hacer grandes saltos.

“Al impenetrable yo me lo imaginaba parecido a la selva amazónica, pero resultó un monte bajo, seco, espinoso: su nombre se debe a que es un lugar de muy difícil acceso”, describe la bailarina chaqueña Marilyn Granada.

Nacida en Resistencia y formada en la tradición de la danza clásica, ella no conocía esa región de su provincia, distante a unos 600 km de la capital.

En 1989 concretó el primer viaje al monte impulsada por una curiosa propuesta: lograr que los aborígenes wichis vuelvan a sentirse atraídos por la danza, actividad que abandonaron, muy posiblemente, a raíz de la prédica de los grupos misioneros –anglicanos, evangélicos, católicos– que fueron, sucesivamente, afincándose en la zona.

El desafío le fue planteado por Patricio Doyle, ex sacerdote, licenciado en teología y trabajador social en la comunidad wichi de Sauzalito, adonde se llega “abandonando el pavimento, las estaciones de servicio, la civilización”.

“En Chaco, la historia todavía se está haciendo, por eso la danza clásica no tiene más que 20 años de tradición” cuenta la bailarina y coreógrafa. Formada durante la década de 1970, Granada integró el ballet oficial que funcionó en la capital provincial entre 1981 y 1991, donde también incursionó en la danza contemporánea y los géneros latinoamericanos.

Paralelamente, la carrera de Granada se desarrolló lejos del escenario del tradicional Teatro Guido Miranda, de Resistencia. Como solista bailó en teatros y cines y en los sitios más variados: canchas de básquet, plazas, calles, hospitales y hasta sobre el acoplado de un camión:

“Yo siempre traté de buscar espacios nuevos y propios, nunca esperé que se dieran las condiciones ... por eso mis proyectos se concretaban en espectáculos humildes, pero que tenían una gran libertad”.

La artista afirma: “Siempre creí que la danza es un servicio, un derecho de la gente. Pero, salvando un breve trabajo que hice para los tobas de Resistencia, nunca me había acercado a las culturas indígenas. Cuando pensaba en culturas ancestrales profundas, se me aparecía la India o Marruecos”.

No obstante, una vez que conoció a la comunidad wichi, la bailarina regresó infinidad de veces (incluso con su beba de meses a cuestas) para dar clases a adolescentes, la mayor parte de los cuales eran varones.

La idea de Doyle consistía en proponer la danza como una alternativa “para que los jóvenes se alejaran del vino, para que se entretuviesen en una actividad que, además, les hiciera gozar de la vida”. Pero ¿Cómo reinventar una danza?, se preguntaba. E intentaba responder a la demanda que le hacían los propios interesados (“queremos una técnica para hacerla hablar en wichi”).

Fue durante las clases, mientras ensayaba estrategias didácticas, que Granada advirtió la facilidad con que sus alumnos ejecutaban grandes saltos, una habilidad adquirida, según le contaron, a fuerza de sortear barrancos y otras irregularidades del terreno.

Allí surgió su decisión más arriesgada: trabajar con los wichis a partir de la técnica clásica: “Tal vez me critiquen –pensaba entonces–, pero, muchas veces, son las formas más ortodoxas las que resultan más liberadoras”.

Así, de la rigurosidad característica del entrenamiento del ballet clásico y de las propias habilidades de sus integrantes nació el grupo Up-Pá, formado solamente por bailarines varones, el cual ganó becas, realizó giras (se presentó en Brasil, Uruguay, varias veces en Cosquín) y hasta actuó en el Teatro Alvear, durante el ciclo Voces con la misma sangre.

“No me convertí en una experta en danza aborigen”, puntualiza la directora del conjunto. “Pero a mí me tocó impulsar un proceso de formación que, más que una experiencia artística, fue una experiencia de vida para todos los que participamos en ella”.

Ahora, los integrantes del grupo, además de realizar trabajos de electricidad y albañilería para subsistir, dan clases de danza en escuelas. Mientras tanto, esperan la próxima llegada de su directora quien, asegura, ya tiene un nuevo espectáculo en mente.
Por Cecilia Hopkins
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